Sonia Simón
Hola me llamo Sonia y este es mi testimonio. Un día, como otro cualquiera, me despierto con el ánimo de que es viernes y al día siguiente no hay clase. Al levantarme me siento algo extraña, me observo y el cuerpo está lleno de hematomas, como si de un maltrato se tratase, pienso: “la sangre hoy se ha vuelto muy rebelde, es como si pequeñas batallitas se crearan dentro de mi cuerpo, es una mini guerra”, bromeo. Pero en realidad es eso mismo lo que está sucediendo. Quitándole importancia voy a clase ya que ese día tengo un examen muy importante.
Al volver de clase noto como cada vez me siento más cansada, y vuelvo a pensar: “buff, pues sí que agota esta mini guerra, podrían dejarlo por un ratito” y me sonrío a mí misma al darme cuenta de las tonterías que pensaba.
Me río pero al mismo tiempo mi sonrisa también se cansa: “estoy agotada, me voy a caer aquí mismo” pienso sin ver el final del camino a mi casa, se hace interminable. Agotada, y casi arrastrándome, abro la puerta y me tumbo en el suelo. Apenas pasan dos horas y mi madre ya insiste en ir al hospital. “¿Al hospital un viernes?” Tiene que estar loca, todos sabemos las horas que supone estar en un hospital.
Noto como cada vez me siento más cansada
Tenía 15 años, mi vida era perfecta, lo tenía todo: unos padres fantásticos, una gran pandilla de amigos, buenas notas… Además era el último curso antes de pasar al instituto e iba a hacer el que quizás sería el mejor viaje de toda mi vida, ya que ese año me graduaba. Sin embargo, siempre supe que el cáncer estaba ahí, oculto y latente. De hecho mis abuelos habían fallecido de esta enfermedad cuando yo apenas tenía 8 años.
Pero yo era tan feliz que a pesar de ser absolutamente consciente de aquel antecedente nunca imaginé que mi vida pudiera dar un giro tan brusco. Por otra parte, siempre pensamos que las cosas malas solo les pasan a los demás y nunca nos pasan a nosotros.
Tenía 15 años cuando ingresé en el hospital por primera vez. Mi diagnóstico fue leucemia promeliocítica de alto riesgo. Dejé el colegio, al que más tarde volvería, aunque nunca dejé los estudios, pues estudiaba en el hospital. Dejé mi entorno y comencé mi vida en el hospital.
En el camino perdí muchas cosas materiales: “amigos”, mi pelo, “mi fantástica graduación” y aquel viaje que tanto tiempo había esperado. Por no decir que era la edad en la que empezaba a salir y a mi me tocaba estar en una habitación entre cuatro paredes. Y claro, a la amiga enferma de cáncer se le olvida. Pero debo decir que, justo en ese momento, fui feliz con cáncer, ya que lo recuerdo como una de las mejores épocas de mi vida. Puede chocar ver estas dos palabras juntas, “feliz” y “cáncer”, pero es así.
Sí, es verdad, el cáncer me quitó muchas cosas materiales: amigos, mi pelo, mi fantástica graduación, aquel maravilloso viaje, defensas, sangre, plaquetas… Pero me dio muchas otras cosas que no podría haber averiguado sola ¿Qué puede darte el cáncer? Creo que la lista es interminable: saber quién eres, cómo es la gente que te rodea, conocer tus límites y sobre todo perder el miedo a morir.
El cáncer me dio muchas cosas que no podría haber averiguado sola
Recuerdo el primer día en el hospital como uno de los más difíciles de mi vida. Nada más llegar estuve en una habitación sola durante horas donde un hombre de bata blanca sin mucho tacto me dijo que tenía leucemia. ¿Leucemia? ¿qué es eso? Tan pronto como me lo dijo se fue dejándome sola y sin darme una explicación de que aquello que él llamaba leucemia era cáncer en la sangre. Llegaron mis padres y con ellos los lloros y el miedo a saber que justo en ese momento toda nuestra vida iba a cambiar y que fuerza era lo único que se nos iba a obligar a sacar.
Me llevaron a quirófano y horas después comencé con mi tratamiento de quimioterapia. Apenas habían pasado dos horas desde el diagnóstico cuando comprendí que todo había cambiado. El hospital se había convertido en mi casa y volver a ella se convirtió en un sueño. Justo en este momento empezó todo: dos meses encerrada en una habitación donde veía a la gente a través de un cristal, cinco sesiones de la quimioterapia más fuerte, cinco días con riesgo de morirme por el peligro de tener un derrame cerebral, casi dos meses sin poder ni si quiera ponerme de pie, alguna semana sin comer nada con llagas hasta en la garganta sin poder apenas hablar, 20 días ingresada cada vez que cogía una infección, que al no tener nada de defensas suponía casi un riesgo de muerte, y en ocasiones pude rozarla. Cogí cuatro infecciones en total. Estuve algún día con un aparato para respirar, con pastillas para dormir y con morfina para el dolor.
Para mi lo más duro de todo no fue el cáncer ni si quiera el tratamiento, aunque este me deterioró mucho físicamente. Sin embargo, para mi lo más duro de todo es no poder contar con un abrazo ni si quiera de mi familia justo en el que quizá fue el momento más duro de mi vida, y es que nadie me podía tocar ya que cualquier bacteria que llegara a mi podía infectarme.
Lo más duro es no poder contar con un abrazo en el que quizá fue el momento más duro de mi vida
Todos los días echaba de menos un abrazo de mis padres, me di cuenta de lo valioso que puede llegar a ser cuando de verdad lo necesitas, de lo importante que es un beso antes de dormir porque quizás algún día nadie pueda dármelo y en ese momento era lo que más soñaba: un abrazo, un beso y una película en el sofá de mi casa.
Me sorprendió que pocos días después de mi tratamiento aparecieran un par de psicólogos de Aspanion por mi habitación, recuerdo que cada martes aparecían, ni uno fallaban, y quizá era el día que más me gustaba de la semana. Ellos me ofrecieron toda su ayuda, me invitaron a cuando saliese de allí conocer gente que había pasado por la misma experiencia y eso me invitó a soñar pues la mayoría de mis amigos me habían dejado sola durante mi tratamiento.
Durante el tratamiento, el estar tanto tiempo ingresada me aburría un poco y como adolescente de 15 años era un poco puñetera. Tengo miles de anécdotas en el hospital que me costaría la vida entera contarlas, pero me pidieron que escribiera mi breve testimonio. No puedo acabarlo sin deciros que yo superé el cáncer y ahora tengo seis vidas: Román, Priscila, Rafa, Lidia y Sergio. Todos ellos lucharon como yo hasta el final, pero no tuvieron la misma suerte. Por ese motivo estoy aquí para contar mi historia y por la de aquellos que no están pero que con su fuerza y la mía somos imparables contra esta enfermedad.
Una última experiencia con la que quiero que acabéis reflexionando:
Mientras me ponían el gotero de quimio me gustaba mirar por la ventana, justo debajo pasaban las vías de un tren. Hasta que el gotero se terminaba me gustaba imaginar quien iría en sus vagones, pensaba en las miles de razones que podían hacer a la gente coger aquel tren, a dónde irían, con quien se encontrarían en su destino… Imaginaba historias que sucedían en el propio tren, quizás alguien conociera al amor de su vida, o quizás fuera a visitar a aquella amiga que tanto tiempo hacia que no veía. Mientras el gotero se consumía pensaba que era yo quien viajaba en aquel tren, me llevaba lejos, a un lugar en el que estaba tranquila, donde estaba sana. Soñaba con el día en que todo terminara y pudiera coger aquel tren como todos los demás.
Soñaba con el día en que todo terminara y pudiera coger aquel tren como todos los demás
Hoy puedo decir orgullosa que he superado la peor fase de mi enfermedad y he cogido ese tren, el tren de la esperanza, de la madurez y de la lucha. Dicen que la vida da muchas vueltas, tan pronto estás en el tren como lo ves pasar desde la ventana de un hospital. Si tienes la suerte de pasar la vida en el tren, levanta de vez en cuando la cabeza, mira tras el cristal y no cierres nunca la cortina porque al otro lado habrá alguien que necesite tu ayuda.